ESPEJO DE AGUA

ESPEJO DE AGUA

A algunos nos pasa como a los astronautas, que tenemos un amor en cada puerto. Aunque, en honor a la verdad,  lo que yo tengo en cada puerto es un humor distinto.

Acrílico sobre tabla (70×60)

Soy menos de puertos de montaña que de mar. Esos espacios recogidos en los que la mejor defensa es un buen atraque. Esos rincones en los que los barcos descansan sobre el llamado «Espejo de agua». Esos remansos de paz en los que el peor ruido es el tintineo de las poleas contra los mástiles.

Dicen los entendidos que no hay que tener barco sino amigos que carguen con ese gasto y, porqué no decirlo, con ese gusto. Es conveniente, como dice la canción, tener alguien que sepa manejarlo para que a la deriva no te lleve, o si.

Este cuadro lo pinté recordando las noches de sol de un verano cualquiera. Esas en las que se puede ver el horizonte gracias al brillo de cualquier luz sobre el mar. En las que la luna llena chapotea en su superficie. En las que cualquier orilla es un puerto.

Mis lunas son soles que se parecen como la noche al día. Mis casas son bloques de color con grandes ventanales. Mi mundo es así. Una deformación como otra cualquiera.

Hay una combinación de tonos que me cautiva y es la que juega con los azules y los naranjas. Para gustos, los colores.

Bienvenidos a bordo y feliz travesía.

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BIENAVENTURECES

BIENAVENTURECES

Bienaventurados los extraterrestres
porque de ellos es el reino de los cielos
y los que renacen, cueste lo que cueste,
de las cenizas de sus ceniceros.

Bienaventurados los que cuentan olas
en lugar de «merinas» descarriadas
y los que navegan en las caracolas
porque abrazan un mar sin marejadas.

Bienaventurados los escarmentados
porque serán rebeldes en la granja
y los que sobreviven agachados
porque, seguro, heredaran las zanjas.

Bienaventurados los que les consuela
el «mal de muchos» de las decepciones.
Bienaventurados los que no se «cuelan»
porque siempre tendrán otras opciones.

Bienaventurados los que se confían
y se piensan que «todo el mundo es bueno».
Los que tiene por norma esa manía
y les terminan por tomar el pelo.

Bienaventurados los provocadores
que te hacen el humor a la primera
y los magos que encuentran la manera
de meterte y sacarte los colores.

Bienaventurados los que no se tragan
los sapos del poder, con o sin pan,
las que se hacen la prueba de la rana
y el príncipe no tiembla como un flan.

Bienaventurados los que se controlan
y no montan un taco por segundo.
Bienaventurados los que no enarbolan
banderas que no sean de este mundo.

Bienaventurados los del culo prieto
porque ya no les caben más mentiras.
Ellos encontrarán, tal vez sus nietos,
soluciones y más alternativas.

Bienaventurados los que no se dejan
manipular por ratas de ración.
Bienaventurados los que no se quejan,
y muy bobos (las cosas como son).

UN METRO Y CINCO MINUTOS (aproximadamente)

UN METRO Y CINCO MINUTOS (aproximadamente)

Cada mañana se ponía en marcha a la misma hora. Su despertador tenía programadas dos alarmas separadas por un intervalo de cinco minutos. Le gustaba poder volverse a quedar dormido. Aprovechar esos incalculables cinco minutos de margen que se regalaba  amanecer, entre las alarmas 1 y 2, con prestidigitación y alegoría, para seguir ausente.

Se reconocía en el espejo, se duchaba, se cepillaba los dientes, se peinaba y se vestía. Tomaba un café con leche, de esos que las madres llaman «un café bebido», a veces ni eso, y salía a la calle a la carrera para coger el Metro.

Dependiendo de un margen de apenas segundos, al entrar en el vagón (en el caso de que lo lograra) había días que encontraba un asiento vacío en el que desmayarse y recomponerse. Otras, conseguía encontrar un hueco en las barras de sujeción, de las que colgar sus dedos. Ese milagroso espacio vacío que le permitía hacer el trayecto de pie y, sin embargo incómodo. En la mayoría de los casos viajaba empotrado entre dos o tres cuerpos extraños, que le aprisionaban y movían de un lado a otro, como un barco encallado entre rocas, como mecido por la marea, como atrapado por un agujero negro. Una marea humana, en tales circunstancias, sube y baja como la del mar pero con la Luna en Marte. En lo de los agujeros negros mejor ni entrar.

Había mañanas en las que, por un quítame allá ese ¿dónde habré puesto yo…?: El billete, la cartera, los nervios, los Donut`s, la dignidad o la cabeza»perdía el tren y, con él: Las ganas, el humor, la paciencia, el trabajo, la compostura y la misma cabeza de antes. Excepcionalmente, también llegaba el día en el que su despertador, ajeno a las fiestas de guardar, mantenía su rutina y le echaba de la cama plantándole, descompuesto y sin gloria, en un andén más desierto que el Congreso en tarde de enmiendas. Ese sin duda era un gran día de Metro.

 Y así era su vida, en realidad así es la vida de todos. Una vida basada en que unas veces llegas con tiempo de sobra, otras te agarras a lo que sobresalga, otras te sientas donde menos lo esperan, otras te sienten cuando más desesperas, otras te empujan, otras te agobian, otras te pierden, otras te encuentras, otras entras o sales ganando o perdiendo, otras no alcanzas a entender nada, ni a nadie y, otras, cualquier absurda putada, cualquier bendito despiste, se convierte en una inesperada fiesta o en un trayecto tranquilo, pero sin prisa. 

La vida te lleva y te trae, te acerca y te aleja, te sube y te baja, te mece y te rompe pero, al igual que el despertador, la vida cada mañana te pone en hora, te levanta, te ducha, te peina, te viste y, por obra y gracia de las alarmas, te permite dormir otros cinco minutos más. Cinco insignificantes minutos, lejos de las rocas, de la gente, de los andenes, de los rubores, de la rutina, del espejo, de las perchas del armario, de las enmiendas, del Metro, de las mareas y de los agujeros negros. 

Esos cinco minutos robados al tiempo son nuestro vagón de metro vacío, en hora punta.

(Donde no haya metro léase: tren de cercanías, autobús urbano, acera abarrotada, inauguración de Primark o espacio con o sin humo)

VISTO LO VISTO

VISTO LO VISTO

Al retrato de esta España
sobre piel de pandereta,
le han pintado una guadaña
envuelta en una patraña
coronada con peineta.
Lo han cosido a navajazos
y pelillos a la mar,
con un pincel de mil trazos
al que le han puesto dos lazos
y un gintónic al azar.
Un retrato con paisaje,
a modo de bodegón,
donde sobra paisanaje,
una perdiz sin plumaje
y un huevo de corrupción.
En el cuadro compulsivo
de esta España con coleta,
junto al divino cautivo,
un San Nicolás esquivo
abarca pero no aprieta.
A la izquierda pueden ver
una multitud confusa.
A la derecha, el poder
y en el centro un a saber
en una montaña rusa.
Al fondo sombras y luces
bajo un sol enladrillado,
un monte con muchas cruces,
gente dándose de bruces
y tontos por todos lados.
De estilo remordimiento,
con un toque surrealista,
la obra es un sufrimiento
pintada sin fundamento
por un neo hiperrealista.
Este retrato sin cielo
huele mucho a hierba mala,
a galán de medio pelo,
a tocinillo de suelo
y a «obso…» eso, programada.

SUTILEZAS

SUTILEZAS

Recuerdo que, en una ocasión, Angel Casas entrevistó a Bo Dereck en su programa de televisión y le formuló una pregunta de la siguiente manera: «Dicen que usted hace el amor como los hombres primitivos ¿nos podía decir cómo hacen el amor los hombres primitivos?» La respuesta, que fue seguramente una larga cambiada de dulce y oro, es lo de menos. Ya no se lleva ese matrimonio por lo sutil. Como decía el chiste: -¿Por ignorancia o por falta de interés? -Ni lo sé, ni me importa.

Pero sí lo sabemos. En los tiempos que corren, prima más un buen rejonazo y después «ni te he visto ni me acuerdo», que una velada insinuación o crítica inteligente, posiblemente más intensa que cualquier insulto o salida de tono.

Hoy se lleva decir las cosas con una sinceridad y una vehemencia que ralla el pan de picos. El arte de lo sutil ha dado paso a helarte de lo incivil. Hay dos maneras de abrir una botella de vino: golpeando su cuello contra la barra o con el delicado hacer y deshacer de un sacacorchos.

Algunos diccionarios definen la ironía como una burla sutil. Yo prefiero no usarla como tal sino más bien como un juego. Para zaherir ya está el sarcasmo. Es verdad que no todo el mundo es capaz de captarla pero, no es menos cierto que también ese Punto tiene algo de G.  El ingenuo suele ser presa fácil para el ingenio.

Dicho lo cual considero que la manera más sutil de: decir, comunicar, preguntar, dialogar o criticar, se llama buena educación.

A DOS VELAS

Me gusta el mar por encima de todas las cosas, salvo que sea, claro está, porque se hayan derretido los polos.

Acrílico sobre tabla. 70x60
Acrílico sobre tabla. 70×60

Este cuadro pertenece a la colección «Velas y Humo». Lo pinté un día que debí ponerme más colorado de lo habitual.

El reflejo de la costa en el agua, la luz del faro y, el contraste del blanco de los barcos con el resto de los tonos, son mis rincones favoritos.

A veces pienso que los cuadros se firman para poder dejar de pintarlos. De no ser así, lo mismo a estas alturas, estaríais contemplando un bodegón (con lo poco que me gustan). Para mi firmar un cuadro es como un -vale, ya te dejo tranquilo-.

No pinto mucho, en general, pero con los pinceles, menos. Puedo pasarme años sin coger uno y, luego, el día que me pongo (a pintar) puedo estar cuatro meses sin hacer nada más. Suele coincidir con el día menos pensado.

Volviendo al mar, pocas cosas me provocan mayor sensación de libertad. El espacio abierto que dibuja y ocupa, me permite escapar sin moverme del sitio. Me desata, me excita, me conmueve. Pocas cosas hay más entretenidas como ver la leña crepitar en una chimenea, o contemplar como las olas rompen contra las rocas. Fijarse en cada forma, en su cresta de espuma, en cada gota.

Igual que a los viejos piratas de salón, me da mucho respeto. No es miedo, pero no es algo con lo que crea que haya que jugar, salvo en la orilla.

Como de tantas otras cosas, me invento sus colores, su olor, su luz, su textura, su aquel. Me invento un mar cualquiera para poder tenerlo siempre cerca. Colgado en alguna de mis paredes como una falsa ventana a lo que extraño. El mar es mi pasión, pasada y presente, y espero que el colchón de mi pensión futura.

A DOS VELAS es un reflejo de lo que digo. Mar y cielo rojo, con mostaza. Blanco de vela al viento, viento en popa. Puesta de sol sin sol. Luz de sábado noche. Un mar que no da frío, ahora que casi hemos olvidado que antes de ayer fue estío.

Comparto con vosotros otro de mis cuadros y os invito a surcarlo. Feliz travesía.

HIPÓCRITAS

El hipócrita no deja de ser un mentiroso, un falso, un impostor, un mojigato… Están desde los que ejercen sin reparos ese papel, que va de la simulación al disimulo, hasta los que, en otra categoría más patética si cabe, se permiten el lujo y la desfachatez de experimentar remordimientos de conciencia. A estos se les podría catalogar de  hipócritas en defensa propia y suelen ser consumidores habituales de manuales de autoengaño.

El hipócrita es aquel que se levanta en armas contra la guerra, o  se manifiesta contra la violencia a puñetazo limpio, gritando consignas que escandalizarían a un sargento de los marines.

El hipócrita tiene un amante en privado y una cruzada en público contra el adulterio. Es ese individuo (o individua) que predica con un ejemplo que, no sólo no practica, sino que trata de imponer a los demás. Una joya, vamos (como una olla).

No confundir la hipocresía con la doble moral, esa que lleva a un creyente a comulgar antes y después de abortar en Londres. Hipócrita también lo sería si, para colmo de males, hace lo imposible para impedir que interrumpa su embarazo la vecina de arriba.

El debate sobre la eutanasia siempre ha sido también terreno abonado para la hipocresía. Una de sus cadenas de montaje. Hay decisiones en las que nadie debería tener derecho a meterse y mucho menos a entrometerse. Nadie está en posesión de la verdad. Frente a tantas sensibilidades se impone la libertad individual, la opinión de los expertos y el sentido común. Y lo dice uno que se muere por vivir.

Hay cuestiones (vitales o no) que necesitarían de un  consenso institucional para equís años, bastantes, el tiempo, el uso, las costumbres puntuales y el progreso lo dirían. Así nos evitaríamos el ridículo espectáculo de tener que asistir cada cuatro años a cambiarlo todo en función de quien gobierne: La educación, el sistema, algunas leyes de usar y tirar, la Constitución (eso lo que sería es un milagro) y hasta diez o más cuestiones fundamentales para la convivencia, el bienestar, la paz social y la salud mental del país.

A diferencia de El perro del hortelano, el hipócrita come, pero no deja comer. Pocas cosas indignan más que, el poder, en cualquiera de sus manifestaciones, caiga en manos de un hipócrita. (Aunque, tal y como está el patio, es igual de peligroso que caiga en manos de cualquiera, asesores e iluminados incluidos)

Lástima no saber desenmascararles a tiempo pero, sobre todo, lástima de que no se les caigan las caras de vergüenza.