El pintor de paisajes abrió el tubo de azul, cogió el pincel y pintó el cielo.
Extendió ese color con suavidad sobre el lienzo tapando con cuidado los huecos en blanco. Se inventó un horizonte despejado.
Usando un azul más oscuro con aires turquesa pintó el mar. Lo mezcló con blanco provocando un ligero oleaje que acarició la arena de la playa cuyo hueco rellenó con color beige.
Era un paisaje sin barcos, sin rocas ni acantilados, sin nubes ni faros, sin puerto ni casas, sin ningún punto de referencia reconocible a simple vista. Se olvidó a propósito la raya del horizonte que prefirió dejar en la paleta.
Cuando hubo terminado, con la pintura aún fresca sobre la tela, se quitó la ropa, se lanzó de cabeza contra el cuadro y se fue nadando.