ESE PUNTO JE.

ESE PUNTO JE.

Hay un olor que te huele por dentro, sin previo aviso,, mientras un color intenso te tatúa las paredes del ánimo. Olores y colores que sólo sientes tú, que nadie se imagina, que no se sabe bien de dónde vienen. Quizá sea solo una cuestión de cómo entra la luz por tu retina, de darte cuenta de que hay que buscar fuera lo que sobra dentro o: de la dirección de la brisa, de las ganas de abrazos, de la intensidad del bostezo al despertarte, de cómo tomas aire cuando cruzas el quicio de la puerta, de estar dispuesto a todo, de sopetón, cuando faltan motivos.

No sé si es contagioso, aunque eso es lo de más, explicable desde luego que no. Tú te sientes bien y el resto lo percibe. En ese instante les gustaría que les salpicara cualquier pequeña gota de ese rastro que dejas en el suelo cada vez que lo pisas.

Le puede pasar a cualquiera, no importa el cuándo, ni el dónde. Es algo muy especial que sientes y se va como vino, que te hace sentir bien el tiempo que se tarda en cruzarte de acera, de levantar la vista, de airear las canciones, de dirigir la orquesta, de ser feliz de pronto, que es de lo que se trata.

No estaría de más conocer su origen y vender «ese punto» en diminutos frascos: como la reliquia de un olor a nuevo, a libro estrenado, a tierra mojada, a guiso de abuela, a azúcar quemado, a frescor salvaje, a lo que sea que huelan las nubes.

Es un punto Je, que quiere compensar tu punto Jo.

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UN NO PARAR

UN NO PARAR

Todo gira como un ventilador. La vida da vueltas colgada del techo de un reloj de arena. Lo que hoy está en venta en los escaparates de las tiendas, mañana caduca colgado de la percha de un armario, hasta arriba de ropa sin estrenar.

Todo se mueve sin darnos un respiro. La quietud, la lentitud, son un estado en desuso, el lujo del que espera sin desesperarse, del que puede permitirse la licencia de pararse a pensar.

El movimiento ya no se demuestra andando, se confirma corriendo como si hiciera falta.

Nos creemos más completos por no dejar de hacer transbordos. Sentarse en un banco de la estación a ver pasar los trenes, sólo interesa como argumento para escribir novelas de misterio, que no leeremos por falta de tiempo.

Estamos condenados a la prisa, a que hoy sea mañana, a que mañana vuelva a empezar todo una vez más. El aperitivo sabe a café con hielo y el aperitivo al olor de la siesta bajo un olvido.

Mientras tanto, el ventilador remueve el aire, lo cambia de lugar, porque ni el aire sabe estarse quieto. Demasiadas prisas para no llegar tarde a nuestro agotamiento.

¡VAMOS!

¡VAMOS!

A esta hora en la que al gallo todavía no le han montado un pollo. En la que el sol está en la luna y la luna está en la ducha. En la que las sábanas huelen a pereza y a pecado. En la que hay corazones que no saben que aman y hay amores que atan. A esta hora en la que todo empieza y todo es apenas nada:

Que nadie nos quite la cara de sueño, la mirada de no haber roto nunca la barrera del ronquido, el olor a menta del beso no dado, las ganas de comernos el mundo mojado en café, el deseo de hacer las cosas bien aunque sólo sea por llevar la contraria.

Que nadie nos quite lo que no sea las horas, el dolor de cabeza o la pena. Que nos quiten sólo lo «olvidao», el sueño, la resaca, el mal de amores y ese trocito de papel higiénico que se queda pegado a la herida del corte, por afeitarte mirando al tendido, o el rímel de las cejas recién descorrido.

Que nos quiten todo, incluida la ropa, pero que nadie nos toque los ovarios, las pelotas y las ganas de empezar de nuevo. De empezar de cero. De empezar sin más.

EL HORÓSCOPO

EL HORÓSCOPO

Un hombre compró una revista y leyó su horóscopo semanal. Le recomendaba que anduviese esos días con pies de plomo, así que, como era muy supersticioso y de talante literal, entró en una zapatería y pidió unas botas con la suela emplomada. Cuando salió a la calle llovía a cántaros, pisó un charco y se ahogó.

Ese mismo día, una mujer leyó también su signo del zodiaco. Le advertía de que iba a estar cargada de energía positiva. Sin pensárselo dos veces se echó a la calle radiante de felicidad, llovía con ganas y por contacto y se electrocutó.

Peor fue lo que le ocurrió al astrólogo de la revista. En el suyo se podía leer: «Yo de usted no saldría a la calle» y así lo hizo. Cinco días lleva encerrado ya en su domicilio en espera de que publiquen su nueva predicción.

De mí ponía que esta semana mostraría cierta tendencia a mostrarme susceptible. Pues no va el nota y me llama susceptible. A mí. A ver si le sale una gotera en el techo y se le inunda la habitación esa de la que no sale, por bobo. Susceptible yo.

LA SEMANA

LA SEMANA

Hoy es sábado, posiblemente el único día de la semana que goza de las simpatías de propios y extraños. Porque el Domingo «mata más hombres que las bombas». Que no deja de ser curioso que «haya gente que quiera ser inmortal y no sepa qué hacer las tardes de los domingos», como dijo no recuerdo quién.

El lunes es la mosca cojonera de la humanidad humana, de la humanidad inhumana y de parte de la humanidad divina. El lunes te lo pasas entero recogiendo tu cabeza de cada suelo que pisas.

El martes «ni te cases ni te embarques» ni navegues por la red, ni fuerces el sinus pilonidal sacrcosígeo que todos llevamos dentro, o fuera, según se mire.

El miércoles, cómo será, que lo hemos reconvertido en el día del espectador. Hemos rebajado el precio de su entrada para darle una salida.

El jueves no tienes nunca ni idea de en qué día vives, ni ganas de que te lo recuerden. Es como el martes pero pudiéndote embarcar sin miedo a divorciarte.

Del viernes se dice por fin ya lo es, pero, no nos engañemos, arrastra tras de sí una tarde deprimente, una mosca cojonera, un forúnculo en salva sea la parte, un mini cine de barrio, un «si te he visto no me acuerdo» y, en conjunto, una semana que te deja descompuesto y con fobia.

Hoy es sábado, así que , a disfrutar del único día del que nadie tiene queja. Un día que vale por una semana entera de veinticuatro horas.

LADY B(h)ALCÓN

LADY B(h)ALCÓN

Dentro de nada el sol saldrá por detrás de la mesilla de noche. De la luna ya solo quedará entonces, un bostezo de luz en los cristales.

La noche es una habitación con los balcones cerrados de par en par, o de bar en bar, según se mire. La noche es ese espacio en el espacio en el que los sueños son.

El día es una ilusión óptica pero, al fin y al cabo, una ilusión.

En la calle se escuchan los primeros ruidos: el motor de una moto que va de menos infinito a infinito, de menos a más y de más a menos, algo que se conoce como el Efecto Doppler (de los cojones).

Resuena entre la acera de los pares y los impares, el golpe seco del papel de periódico al chocar contra el suelo, junto al kiosko. Oigo claramente a través de los cristales de mi ventana, concienzudamente insonorizada, las voces de una pareja que se despide tiernamente a gritos.

Desde el interior de la casa llega el murmullo de la ducha de un vecino que se levanta cada mañana, como yo, a despertar al gallo y a apagar el despertador, antes de que sea demasiado tarde.

La noche y el día es gente muy extraña. Empiezan y terminan siempre del mismo modo. La una perseguida por el otro, como dos amantes que nunca tienen tiempo de estar juntos y no encuentran la hora de abrazarse. Un amor imposible que dura lo que dura el guiño de un instante.

Soy de los que cree que siempre es de noche, lo que ocurre es que, una vez al día, durante varias horas, no está oscuro. Lo hemos llamado día porque es diferente. Esa es una vieja costumbre de los seres humanos, ponerle nombre a lo diferente, a lo que es distinto, a lo que es distante, olvidando que la igualdad empieza por reconocer las diferencias, aunque estas sean tan insalvables como las que separan y unen a la noche y al día.

COSAS

COSAS

Hay cosas que no se olvidan, aunque ahora mismo no me acuerdo de ninguna.

Cosas que aún están por descubrir y que ignoramos de raíz.

Cosas que pasan de largo.

Cosas que parecen mentira y, sin embargo, lo son.

Cosas que te hacen pensar en otras cosas.

Cosas que nunca te dicen ni falta que te importa.

Cosas insignificantes como ciertas personas.

Cosas que uno dice sin pensar para poder pensarlas más tarde.

Cosas pequeñas, pero, mucho más importantes que las grandes cosas.

Cosas que se repiten una y otra vez inasequibles al desaliento.

Hay cosas que valen la pena cuando se pena con gloria.

Cosas que se caen por su propio peso como las manzanas o las lorzas.

Cosas increíbles como ciertas verdades.

Cosas sin sentido con dos direcciones.

Cosas que esperas que no ocurran.

Cosas que te devuelvan la fe en el ser urbano.

Cosas que te hacen pensar y cosas para olvidar.

Cosas de cajón y de encimera y cosas que me callo por no decir más cosas.