Al retrato de esta España
sobre piel de pandereta,
le han pintado una guadaña
envuelta en una patraña
coronada con peineta.
Lo han cosido a navajazos
y pelillos a la mar,
con un pincel de mil trazos
al que le han puesto dos lazos
y un gintónic al azar.
Un retrato con paisaje,
a modo de bodegón,
donde sobra paisanaje,
una perdiz sin plumaje
y un huevo de corrupción.
En el cuadro compulsivo
de esta España con coleta,
junto al divino cautivo,
un San Nicolás esquivo
abarca pero no aprieta.
A la izquierda pueden ver
una multitud confusa.
A la derecha, el poder
y en el centro un a saber
en una montaña rusa.
Al fondo sombras y luces
bajo un sol enladrillado,
un monte con muchas cruces,
gente dándose de bruces
y tontos por todos lados.
De estilo remordimiento,
con un toque surrealista,
la obra es un sufrimiento
pintada sin fundamento
por un neo hiperrealista.
Este retrato sin cielo
huele mucho a hierba mala,
a galán de medio pelo,
a tocinillo de suelo
y a «obso…» eso, programada.

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