España de los hechizos
que trastornan a las masas.
Curadero de chorizos
cortados en tabla rasa.
España de cuchipanda,
de fuegos artificiales,
de bobos como Dios manda,
de burocracia a pedales.
España del digo Diego.
Jardín de Manostijeras.
Inventora del «te veo»
y, de paso, te doy cera.
España del negro paro.
De balcones con bandera.
De lo bueno sale caro
y lo barato de pena.
España con aditivos
y bastantes conservantes.
Patria chica de los divos.
Senda de los elefantes.
España del conformismo.
Tierra de los brotes verdes.
Estado del triunfalismo,
generalmente, los viernes.
España del varapalo.
Con pecado concebida.
Mucho pico, pero malo.
De siesta y ¡abre, María!
España de los juzgados.
Casino de la retranca
en el que tiras los dados
y siempre gana la banca.
España de los amores
que duran toda la huída.
Trastienda de los horrores
de los locos a medida.
España con acritudes,
de peineta y butifarra,
de coleccionar virtudes
que lindan con lo macarra.
España de risa tonta
y de llanto con chorreras,
de disculpar al que monta
pollos «de aquella manera».
De las pelotas de goma,
de los caprichos de Goya,
de los sujetos de broma,
de ida y vuelta de olla.
España de los olores
que saben a naftalina.
Estación de los amores
con trenes a la deriva.
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No se salvan de la quema
ni los nobles, ni los ricos,
ni los grandes, ni los chicos,
ni las malas, ni las buenas.
No se salvan del barullo
ni los cuerdos, ni los locos,
ni el que sigue a perogrullo,
ni el que nos da soplamocos.
No se salvan de follones
ni los que pagan el pato,
ni los que cobran millones,
ni los líderes, ni El Tato.
No se salvan de los gritos
ni los que imponen la pena,
ni los que cumplen condena,
ni los crudos ni los fritos.
No se salvan de la hoguera
ni el que reparte las cartas,
ni el que pinta la pancarta,
ni el que menos se lo espera.
No se salvan de la ira
ni el macarra con peineta,
ni la manzana podrida,
ni la princesa reineta.
No se salvan del derribo
ni los feos, ni los guapos,
ni los muertos, ni los vivos,
ni las ranas, ni los sapos.
No se salvan de la rueca
ni el hilo, ni Blancanieves,
ni aquel que asó la manteca,
ni los lunes, ni los jueves.
No se salvan del tormento:
–Mira qué bien y qué pronto–
le dijo la tonta al tonto,
ni el ciento veinte por ciento.
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Al retrato de esta España
(en vientre de pandereta)
le han pintado una guadaña
envuelta en una patraña
coronada con peineta.
Lo han pintado a navajazos
y pelillos a la mar,
con un pincel de mil trazos
al que le han puesto dos lazos
y un árbitro en cada bar.
Un retrato con paisaje
(a modo de bodegón)
donde sobra paisanaje,
una perdiz sin plumaje
y un huevo de corrupción.
En el cuadro compulsivo
de esta España con coleta,
junto al mundanal cautivo,
un San Nicolás esquivo
abarca pero no aprieta.
A la izquierda pueden ver
una multitud confusa.
A la derecha el querer,
y en el centro un «sinsaber»
en una montaña rusa.
Al fondo sombras y luces
bajo un sol enladrillado,
un monte con muchas cruces,
gente dándose de bruces
y tontos por todos lados.
De estilo remordimiento,
con un toque surrealista,
la obra es un sufrimiento
pintada sin fundamento
por un loco hipo realista.
Este retrato sin cielo
huele mucho a hierba mala,
a galán de medio pelo,
a tocinillo de suelo
y a “obso…eso” programada.