Ultimamente, unos cincuenta años calculo yo, no hago más que encontrarme con personas a las que casi todo les sale mal o tienen esa impresión. Almas en pena que viven en un martes y trece de la marmota, sin pausa pero con prisa. Que parecen no llegar nunca, que no arrancan. A todos nos pasa en un momento dado.
Me cruzo con personas que en el fondo saben que, poco o nada, tienen que ver ellos con sus fracasos o con su frustración. Que desean creer que no hay mal que cien años dure, ni mente que lo recicle.
Gente insatisfecha con su trabajo, con su vida, con su entorno, que se aburre tanto que le aburran, que han logrado que la rutina parezca un juego de guiños. Seres que saben que podrían dar más de sí, si no les dijeran tantas veces que no. Si les dejaran sacarse de golpe todas las espinas.
Los cambios de estación, de rumbo, de tren, de hora, de agua, de alimentación, de vida, de clima, de cama, de coma, de cima, de guardia… con todo lo que eso implica, son también factores que nos influyen.
El estado de ánimo se altera, para bien o para mal, en ese transbordo que tenemos que hacer cada cierto tiempo del frío al calor, de la oscuridad a la luz, del día a la noche, de las tres a las dos, de la lluvia a la sequía, del coro al caño… pero, echarle la culpa al tiempo, o a los demás, nunca consuela, así que, vamos a echársela a algo más consistente. Culpemos de los males de esta era, al cada vez más alto nivel de incompetencia y mediocridad, de contaminación que flota en el ambiente, al miedo a acertar, a perder la razón, a que no te la den, al consuelo de tontos.
En este mundo de esclavos, cada vez se hace más patente que no triunfa el que más vale sino el que sabe hacerse valer, aunque no valga. Como siempre, se admiten excepciones a las reglas y nuevas reglas sin excepciones. Es triste comprobar como el mal talante se come al talento. Como al genio le ahoga el grito.
A los que se aburren de esperar, de soportar y de buscar, les propongo que se entretengan intentando cambiar al menos sus cosas. Que piensen que los que tienen la sartén por el mando, son incapaces de freír un huevo sin su ayuda. Entre otras razones porque no tienen huevos, solo mando.
¡Chupito!