LA CIUDAD DE LAS PRIMERAS PIEDRAS

LA CIUDAD DE LAS PRIMERAS PIEDRAS

Tuve en mi mano la llave de la ciudad de las primeras piedras.

Una llave de paso que no abre cerraduras.

Inútil como un reloj de luna.

Gastada y oxidada y, sin embargo,

algo sentí al tocarla.

(Volví a la primavera de las cosas.

A mi primer amor sin ataduras.

A clavarme la espina sin su rosa.

Al tacto de una piel sin armadura.

Recordé la inocencia necesaria

que permite dar forma a la utopía

y la fascinación extraordinaria

de confundir tu boca con la mía.

Recuperé la luna enrojecida.

El sol de madrugada en las

canciones.

Mi caja de sorpresas escondida.

Volví a encontrar el as de corazones

en la manga que cubre las heridas

de un tiempo saturado de

estaciones)

Pude oír su silencio bajo el suelo.

Pude sentir el frío de la duda y recorrer el tiempo detenido como una cuenta atrás con borrón nuevo.

Los comienzos son sumamente duros.

Sobre todo, saber por qué regresas.

La razón de ese esfuerzo innecesario para volver al punto de partida sin deshacer maletas y equipajes.

Volví de nuevo al tacto de la piedra

que nunca deja huella bajo el suelo.

PD. Y hoy, a años luz de mi memoria, quiero volver a vivirlo todo de nuevo.

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CON DOS OVARIOS

CON DOS OVARIOS

Sola.

Porque sí.

Porque te gusta.

Porque no te queda otra.

Porque vuelves a casa.

Porque quieres.

Porque debes poder.

Porque más vale sola

que mal acompañada.

Porque sobran motivos.

Porque a nadie le importa.

Sola como pueda ir cualquiera…

pero,

abrazada al miedo

por el hecho de ser mujer

y salir sola.

Un asqueroso miedo

que nadie se merece,

que siempre anda detrás

tocando los tacones.

No.

No se sale a la calle

teniendo que llevar,

escondido en la manga,

un mapa actualizado de trincheras.

No.

No se trata de salir a una guerra

a luchar en batallas perdidas de

antemano.

No se sale para hacer un breve

recorrido,

vestida de naranja y esposada,

por el corredor de una muerte

caprichosa,

por el callejón de la mala suerte,

por un territorio meado por una

bestia inmunda,

violador, un delincuente,

un asesino.

un maldito cabrón,

hablando en lata.

No.

No se pisa la calle,

por muy sola que vayas,

a deslucir lo oscuro,

a descontar farolas,

a soportar el ruido

de la intrigante silueta

que de repente asoma.

Siento vergüenza ajena

de esos hombres escombro

que, ciegos de irracional deseo

y ancestralmente equivocados,

no son más que cenizas

de una pira de mierda

mal quemada.

Y tú,

mientras tanto,

entre tanto tonto,

temiendo volver sola.

LA VOZ QUE ME ACARICIA

LA VOZ QUE ME ACARICIA

La voz que me acaricia

y no me toca,

que tanto me desea

y tanto quiere:

me da besos que no saben a nada,

me abraza con verdades de mentira,

me susurra al oído lo que sueña,

lo que quiere de mí

sin querer nada.

Es dueña de mis actos

y mis noches,

de mi cama vacía,

de mis cinco sentidos,

de mis manos.

Se desnuda despacio,

gime,

suspira,

muerde,

se desgarra,

se silencia,

se escucha,

desvaría.

Me quita las palabras de la boca,

deja un rastro de mí

sobre la almohada.

La voz que me acaricia

y no me toca

sabe que estoy despierto

a cualquier hora,

que espero su llamada

en esta habitación

donde sobran paredes

cuando faltan abrazos.

Donde faltan palabras

cuando sobran deseos.