El hipócrita no deja de ser un mentiroso, un falso, un impostor, un mojigato… Están desde los que ejercen sin reparos ese papel, que va de la simulación al disimulo, hasta los que, en otra categoría más patética si cabe, se permiten el lujo y la desfachatez de experimentar remordimientos de conciencia. A estos se les podría catalogar de hipócritas en defensa propia y suelen ser consumidores habituales de manuales de autoengaño.
El hipócrita es aquel que se levanta en armas contra la guerra, o se manifiesta contra la violencia a puñetazo limpio, gritando consignas que escandalizarían a un sargento de los marines.
El hipócrita tiene un amante en privado y una cruzada en público contra el adulterio. Es ese individuo (o individua) que predica con un ejemplo que, no sólo no practica, sino que trata de imponer a los demás. Una joya, vamos (como una olla).
No confundir la hipocresía con la doble moral, esa que lleva a un creyente a comulgar antes y después de abortar en Londres. Hipócrita también lo sería si, para colmo de males, hace lo imposible para impedir que interrumpa su embarazo la vecina de arriba.
El debate sobre la eutanasia siempre ha sido también terreno abonado para la hipocresía. Una de sus cadenas de montaje. Hay decisiones en las que nadie debería tener derecho a meterse y mucho menos a entrometerse. Nadie está en posesión de la verdad. Frente a tantas sensibilidades se impone la libertad individual, la opinión de los expertos y el sentido común. Y lo dice uno que se muere por vivir.
Hay cuestiones (vitales o no) que necesitarían de un consenso institucional para equís años, bastantes, el tiempo, el uso, las costumbres puntuales y el progreso lo dirían. Así nos evitaríamos el ridículo espectáculo de tener que asistir cada cuatro años a cambiarlo todo en función de quien gobierne: La educación, el sistema, algunas leyes de usar y tirar, la Constitución (eso lo que sería es un milagro) y hasta diez o más cuestiones fundamentales para la convivencia, el bienestar, la paz social y la salud mental del país.
A diferencia de El perro del hortelano, el hipócrita come, pero no deja comer. Pocas cosas indignan más que, el poder, en cualquiera de sus manifestaciones, caiga en manos de un hipócrita. (Aunque, tal y como está el patio, es igual de peligroso que caiga en manos de cualquiera, asesores e iluminados incluidos)
Lástima no saber desenmascararles a tiempo pero, sobre todo, lástima de que no se les caigan las caras de vergüenza.
Es increíble. Acabas de definir perfectamente a un espécimen con el que me crucé hace casi 3 años… Por suerte, el primero (y espero que último). Lo mejor de todo es que él no se sentirá identificado/definido 😝
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