Todo son rumores y vivir «de oídas». Nadie sabe nada, ni los que algo saben. Eso es al menos lo que me parece. Eso y que lo que de verdad importa es que, cuando abras la boca, de la impresión de que te asiste la razón Pura, la razón Práctica, la razón de Estado y la de Marhuenda, aunque tú te mueras, por boca de otro, como un pez Payaso.
Lo que en realidad importa es que tu lenguaje corporal transpire olor a que estás informado. Que estás al tanto de todos los movimientos habidos y por hacer. Que estás al cabo de la calle (como si la calle fuera de fiar o un lugar concreto). Que hueles al aroma de los que mean colonia.
Se trata de poder alardear de tu ignorancia sabiendo que, al final, todo se olvida. Que nadie se acuerda de los impostores porque, en cuestión de tirarse a la piscina, todos lo hacemos, tarde o temprano. Lo que de verdad importa, importa un pimiento (de importación).
La mayoría de las veces estamos más deformados que informados y un buen día, sin mostrar arrepentimiento, aparecemos ahogados en nuestra propias fuentes. Fuentes, generalmente interesadas. Fuentes de las que solo emana vapor de nada o agua de lluvia ácida. Las fuentes tampoco saben nada o, al menos, no lo saben del todo. Saben también lo que les cuentan, lo que creen haber visto u oído, saben lo que quieren que sepan sus propias fuentes.
La gente opina «lo que opina el que opina» que, a su vez, traslada lo que le han vendido a él para volver a vendernos.
Intercambiamos opiniones y «saberes» en camas separadas pero, de hacer intercambio de parejas u orgías, ni hablamos. De perdidos al trío.
¿Quién tiene entonces la primera y la última palabra? Nadie se atreve a tanto, salvo los que no saben nada. En cualquier caso, el que las tenga a mano, o a máquina, que las vuelva a dejar dentro del diccionario.