El ser humano, del divino ya ni hablamos, ha conseguido, no sin gran esfuerzo, tozudez y estulticia, a lo largo de los siglos y por los siglos de las siglas, que la vida sea tan complicada como para hacerla imposible.
Para ello nos hemos dotado de leyes que regulan leyes que regulan leyes que jamás debieron haber sido leyes (seguramente escupidas por la mente de alguien que perdió un juicio o el suyo propio, o quiso vengarse de otro u otra).
Hemos creado absurdos mecanismos de autodefensa y de defensa ajena que, amén de innecesarios, han contribuido a enredar más esa madeja que hoy nos hace las veces de alzacuellos y de excusa para ahorcarnos con la primera rama tronchada (de risa) del camino.
No contentos con estar contentos y despreocupados, le pusimos una aclaración a cada sílaba, un pero a la parte de atrás de cada frase, una excepción a cada regla, una regla a cada acción, una pega a cada gesto y una mueca a cada respuesta.
Sembramos de dudas los campos de labranza y las laderas del conocimiento y, con la cosecha resultante, llenamos de mierda el silo de la experiencia hasta dejarlo inservible.
Aprendimos de nuestros errores que rectificar era cosa de sabios y nos lo creímos por interés, sin entender que equivocarse es de torpes, que los sabios no están para equivocarse ni pendientes de esas bobadas.
Somos esclavos de las leyes, de los bancos, de la nómina, de las ideas peregrinas, de los políticos, de los miedos de incomunicación, de lo que digan u opinen de nosotros, del papeleo, del temor a ser autónomos (que a su vez son esclavos de todo eso y de ellos mismos).
Estamos presos al otro lado de la valla. Vivimos (o eso creemos) atrapados en el tiempo y en el cada vez más escaso espacio. Entre cuatro paredes por mucho que dos de ellas estén hechas de cielo y de mar.
Nuestro horizonte es la quietud. El futuro sentarnos en cuclillas y matar el tiempo echando de comer a las baldosas.
Todo tiene su excepción, su lado oscuro, su lado absurdo, su lado bueno, pero, ni lo bueno nos convence. Nos sentimos obligados a buscarle siempre tres gatos al pie., de encontrar culpables
Llegará un día en que respirar sea delito o esté mal visto o nos lo prohiba un necio, y habrá quien deje de hacerlo.
Porque somos idiotas.
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(Y cuando aumentó la preocupación por la contaminación acústica en las ciudades, alguien inventó las maletas con ruedines).