Si pudiera, a mi también me gustaría ser independiente. Comprendo a los catalanes que quieren serlo pero, a diferencia de algunos, también me pongo en la piel de sus vecinos que prefieren seguir formando parte de España (o como se llame ahora).
No me mueve ningún dios para querer un cielo. No tengo más patria que este pequeño mundo sin fronteras. No me mueve el viento que agita banderas, ni tengo más himno que cualquier canción pero, sí me esfuerzo por entenderlo todo, aunque a veces muera un poco en el intento.
Me gusta viajar y comprobar de primera mano las diferencias que nos separan, que suelen ser las mismas que siempre nos han unido. Cuando voy a Cataluña, al País Vasco, a Galicia, a Canarias (estos si que tienen motivos para ser lo que quieran, aunque sólo sea por la lejanía) a Andalucía o a Asturias, veo países distintos: Otras costumbres, otras lenguas, otras sensibilidades, otras formas y razones de ser y de estar, y percibo la sensación de que, de alguna manera, ya son independientes o así les siento yo. Yo les veo así. Pero sobre todo, cuando miro a mi alrededor, lo que veo es gente, pero no ese ente abstracto sin corazón ni cerebro. Cuando digo gente, me refiero a personas contadas de una en una. Cada cual con su historia, con su histeria, con sus problemas, con su presente, con su pasado, con sus muertos y con sus vivos. Veo a personas preocupadas y ocupadas por su futuro. Veo como son arrastradas, por unos y por otros (tanto me da) a lugares a los que jamás se imaginaron querer ir. Veo que no hay nada más innecesario que un capricho. Veo que tendemos a meter a todo el mundo en el mismo saco y que, el saco, hace tiempo que colgó el cartel de No Hay Billetes.
Claro que entiendo a los catalanes que no quieren saber nada del resto. Si preguntaran, sabrían que, ese resto que les parece marciano, también está enfrentado: al político corrupto, al canalla, al tonto sin complejos, al descerebrado, a la injusticia, a la discriminación, a la insolidaridad, al mal trato, al recaudador de impuestos y al que asó mal la manteca. En definitiva, a todo lo que cualquier persona de bien rechaza, sin necesidad de hacer lo imposible por conseguir lo innecesario.
Peor que saberse manipulado es no darse cuenta de que del capullo intransigente lo que nacen son marionetas. Hay túneles que tienen poca luz para tanto iluminado como hay.
Y claro que entiendo a los que ésta situación les pone los nervios a punto de nieve. Todo el mundo tiene derecho a defenderse, a ofenderse y a querer tener razón. Lo que es absurdo es escupir hacia arriba o no saber que cualquier tiempo pasado fue anterior.
Sea como fuere, los que de verdad me preocupan, los que acaparan toda mi atención, son los que ya tienen bastante con querer y poder vivir su vida con independencia. Los que, sin más ambición que sobrevivir a este eclipse de estrellas fugaces, piensan que, con la que está cayendo; lo de Mas, es lo de menos.