EL TIEMPO ES PORO

EL TIEMPO ES PORO

En cuestión de tiempo a cada uno le funciona el reloj de la cabeza de manera diferente.

Cuando hay poco trabajo el tiempo se eterniza. Cuando no paras, el tiempo se pasa volando (salvo en el cine, que se pasa rodando; en misa, que se pasa rogando; o aparcando junto a una columna, que se pasa rozando). Cuando no hay trabajo dan ganas de matarlo.

De noche, las horas van a mil por ídem si estás a gusto, pero no ves el momento de que amanezca si estás de guardia.

Nunca fue fácil calcular de memoria lo que dura un minuto. El tiempo es sugestión y tu gestión.

Los días son demasiado cortos para lo largos que se hacen. Los años son eternos pero los devoramos como bolsas de pipas.

Lo cierto es que nos pasamos la vida deseando que llegue un instante en el tiempo: el fin de semana, las vacaciones, la hora de salida, la pausa de llegada, el descanso del partido, el vis concierto, el final del desconcierto, la hora de la verdad… sin darnos cuenta de que, esperar a que lleguen, es en sí misma una pérdida de tiempo.

Visto así, no es extraño que pretendamos que el futuro nos lo tengan terminado para antes de ayer.

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A CUENTO

A CUENTO

Está el cuento del calendario que solo tenía de un mes y no tenía vuelta de hoja. El de la ola que se negó a volver al mar y se quedó atrincherada en el foso de un castillo de arena. El del rayo de sol que quería ser de luna, pero se iba a la cama antes de tiempo. El cuento del camino de ida, que deseaba ser de vuelta, porque había olvidado el lugar del que venía. El del árbol que no crecía porque dormía como un tronco. El cuento de aquel pez que no sabía nadar y andaba bastante escamado o el de la pesadilla que padecía insomnio y pasaba las noches en blanco. El cuento de la llama que estaba a dos velas. El de la princesa que se enamoró de su doncella y el del príncipe que tuvo un percance con una rama. Hay cuentos inverosímiles, de difícil explicación, tan reales como los que nos cuentan a diario sin venir a cuento.

¿EN QUÉ PIENSAS?

¿EN QUÉ PIENSAS?

La pregunta más difícil de responder es la que te hacen en ese instante impenetrable en el que el vacío te desborda y, la telaraña de la esquina del techo, te guiña un ojo desde su escondite, cómplice de tu mirada perdida y tu silencio sonoro.

–¿En qué piensas?–

Entonces es cuando, con las neuronas desarmadas, la pregunta atraviesa tu cabeza como una bala de fogueo, como una apisonadora en un cementerio de elefantes, llevándose por delante tu capacidad de reacción.

Así las cosas, tu boca balbucea una respuesta que puede llegar a ser peor que la pregunta.

–En nada–.

Mentira, pero, cómo confesar que en realidad te estabas comunicando por guiños con la araña del salón, o con el descorchón de la pared, o con la luz que juguetea con el cristal de la ventana y se va por las ramas del árbol plantado en tu acera.

Cómo responder a esa pregunta, diciendo que estabas pensando en algo que no le gustaría oír a tu curioso interlocutor o, que le ilusionaría tanto, como para preferir quedarte ensimismado en esa nada tan tuya.

En ese instante es cuando desearías ser una mosca, haber caído en su telaraña y terminar convertido en lo que ya pareces, un capullo, el capullo de una mosca cojonera.

INSTRUCCIONES PARA ESCRIBIR UN CUENTO

INSTRUCCIONES PARA ESCRIBIR UN CUENTO

Un frustrado dragón con dos cabezas.

Un verdugo de ángeles caídos.

Cenicienta, sin aires de princesa,

que antes de las doce se haya ido.

Un castillo en el aire, fortaleza

de un rey atolondrado y malherido.

Un laberinto recto de una pieza

y una bruja y un mago confundidos.

Se podría añadir, si se quisiera,

un hada con un palmo de narices

para que cada uno, a su manera,

le diera calabazas. Dos matices:

que el “Erase una vez” nunca lo fuera

y que no estén en veda las perdices.