Esta entrada va de lo aparentemente bueno que es ser malo y lo injustamente malo que es ser bueno. Y de no ser verdad tiene su aquel.
Es triste llegar a la conclusión de que, genios, seres de luz y mentes brillantes aparte, la única manera de hacerse un hueco, de abrirse camino en esta vida es siendo una mezcla entre mediocre, listo (que no inteligente) y mala gente. El grito como silenciador de la discreción.
Los buenos están para recibir golpes y poner la otra mejilla, incapaces de levantar la voz: porque no saben o porque no pueden renunciar a lo que son: siervos sin pretenderlo, corderos en un mundo de lobos al acecho, fantasmas aterrorizados, paralizados por el miedo al presente y sobre todo al futuro.
Da igual lo que hagas, lo que te esfuerces, tus ganas de aprender y de adaptarte, lo que parezcas y lo que padezcas.
Puede parecer que las buenas personas están para que todo funcione mientras el mérito se lo llevan los que manejan sus hilos. Que están únicamente para no ser nadie.
Las buenas personas son y actúan como marionetas al servicio de un sistema que les oprime y aparta; que les hace invisibles, que les deja al margen, donde no molesten ni puedan asomar la cabeza para reivindicarse.
Y cuando mayor te vas haciendo, más palos, por más que pretendas actualizarte, por más que quieras seguir en activo, por más que quieras.
A veces dan ganas de transformarse en un auténtico «hijo de la mañana» y tirar por el camino de en medio. Porque solo haciendo ruido puede que haya alguien que se gire a mirar para ver qué sucede contigo, para comprobar de dónde viene ese estruendo inesperado.
Mientras no haces nada se aprovechan de ti, desde la compañía que recula cuando la amenazas con marcharte, hasta el vecino o el compañero de trabajo o de la vida, al que un día dejas de saludar en el ascensor o en el pasillo o miras con desprecio. Ahí es cuando puede que se interesen por tu «ausencia», que caiga en tu cuenta por tu cambio de actitud. y será en ese mismo instante cuando pases de ser ese ser educado al que ellos nunca devolvieron el saludo o el favor, al monstruo que siempre evitaste ser, pero que ahora se plata frente a ellos.
Es terrible que la realidad social o laboral nos aboque a tener que cambiar nuestros códigos de comportamiento, para intentar sobrevivir en esta selva arrasada, en esta tierra quemada en la que solo sobresale el que no tiene compasión por nada ni por nadie, el sincero sin complejos, el egoísta sin remordimientos, el inconsciente sin conciencia, el maño de la película al que todo el mundo adora sin querer.
Pero no todo el mundo es capaz de sustituirse por otro. de mudar la piel de su interior, porque poder crecer quizá no les compense perder su bonhomía, su razón de ser y de estar, esa bondad innata, ese tesoro que nadie ve hasta que que te levantas en armas y desaparece del todo desde siempre.
Por supuesto que habrá quien se dé cuenta y se preocupe, pero los que son capaces de notar tu transformación no pintan nada, no pueden solucionar nada, porque tampoco son nada al no saber ejercer de buitres emboscados, ni plantas trepadoras coronadas de espinas. Al igual que tú, carecen del el poder de cambiar las cosas, y ya han perdido la oportunidad de intentar convencerte de que es mejor no ser nadie, que ser un capullo incapaz de florecer si no es a base de comerse a las abejas que revolotean a su alrededor.
Ser (malo) o no ser. He ahí el dilema.