A esta hora en la que al gallo todavía no le han montado un pollo. En la que el sol está en la luna y la luna está en la ducha. En la que las sábanas huelen a pereza y a pecado. En la que hay corazones que no saben que aman y hay amores que atan. A esta hora en la que todo empieza y todo es apenas nada:
Que nadie nos quite la cara de sueño, la mirada de no haber roto nunca la barrera del ronquido, el olor a menta del beso no dado, las ganas de comernos el mundo mojado en café, el deseo de hacer las cosas bien aunque sólo sea por llevar la contraria.
Que nadie nos quite lo que no sea las horas, el dolor de cabeza o la pena. Que nos quiten sólo lo «olvidao», el sueño, la resaca, el mal de amores y ese trocito de papel higiénico que se queda pegado a la herida del corte, por afeitarte mirando al tendido, o el rímel de las cejas recién descorrido.
Que nos quiten todo, incluida la ropa, pero que nadie nos toque los ovarios, las pelotas y las ganas de empezar de nuevo. De empezar de cero. De empezar sin más.