UN MINUTO

UN MINUTO

En un minuto se pueden decir y desdecir muchas cosas. Da tiempo a llamar a las losas por su nombre, a mentir a conciencia, a otorgar callando, a maldecirse. En un minuto se puede pedir perdón y parecer sincero. Da tiempo a rogarle a Dios que se despierte, a prestar ayuda a los que no saben qué hacer con ella. Se le puede quitar o poner hierro a un presunto, morir por la boca otro pez, quedarse sin palabras y, aún así, que se te entienda todo. 

Un minuto te permite vivir del #microcuento, del relato corto, cortito. En un minuto caben tantas verdades como desprecios. Sesenta segundos es tiempo suficiente para contradecirse sin inmutarse o inmutarse sin contradecirse. En un minuto sobran razones cuando faltan motivos y viceversa. 

Un minuto bien aprovechado puede elevarte a los altares o hundirte en su miseria. 

Un minuto es eterno cuando dura lo suficiente para poder terminar lo que se empieza. 

La soledad se mide en minutos cuadrados de silencio, la alegría en sonrisas por minuto.

Nunca se deben tirar los minutos que sobran, se pueden guardar para mejor ocasión en el interior de un reloj de arena, que es donde el tiempo da vueltas y no tiene escapatoria.

Necesito un minuto, un minuto de tiempo, un minuto de luto ¡por tus muertos!

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REVERSO DE UN INSTANTE

REVERSO DE UN INSTANTE

Cuando menos lo espero me sorprendo
mirando fijamente a ningún lado
y me quedo un instante ensimismado
al borde de un vacío al que no atiendo.

Este ser y no ser (desconectado
de primas y de primos compitiendo
por ver quien es más tonto confundiendo)
es un tiempo perdido bien ganado.

Hay que encontrar maneras de fugarse
por la puerta de atrás del pensamiento
a algún lugar en dónde resguardarse
de los cascotes del aburrimiento.

En la fina abstracción de los reflejos,
en el pacto de un beso clandestino,
en la parte de atrás de los espejos,
lejos de donde amargan los pepinos.

Esconderse en el vientre de una ola
o de un adiós que suene a un hasta luego,
en la sorpresa de la caracola,
en la caricia que precede al fuego.

Aislarse en la ilusión de una sonrisa,
en la magia de un truco desatado,
en un suspiro que no tenga prisa,
en una acera que no tenga vado.

Salirte de ti mismo y escaparte,
aunque sea un segundo solamente,
donde se abraza por temor a helarte
e importa más el puerto que la mente.

EL COLECCIONISTA DE GOTAS

EL COLECCIONISTA DE GOTAS

Hubo una época en la que me dio por coleccionar gotas de lluvia. Las tenía de todos los tamaños y sabores. Tenía goterones, gotas gordas, de esas que cuelgan de aleros y cornisas y se estrellan violentamente contra el hueco que queda entre la nuca y el cuello de la camisa. Tuve también finas gotas de niebla, vapor de agua que humedece la cara y refresca las mejillas cuando te envuelve. Gotas granizadas de tormenta, de las que al final del verano destruyen cosechas y abollan cabezas. Gotas equilibristas que se columpian en los forjados de los balcones como flanes de agua boca abajo. Tuve Innumerables gotas repetidas que conservaba a remojo en un charco del patio. Una gota fría que cayó enterita y sin previo aviso dentro de mi garaje. Incluso tuve gotas pintadas con los colores del arco iris y unas cuantas gotas de rocío y escarcha, muy frias, que guardaba a la sombra de una encina para que no perdieran la temperatura. 
No creo que estuviera loco, aunque todos me mirasen raro. Lo que si padecí en aquella etapa de mi vida fue agotamiento, algo de reúma, una nube en un ojo y niveles muy altos de un tal ácido único, eso que los médicos llaman «gota». Pero de loco nada, ni gota, quizá un tanto atormentado y con aspecto de estar viviendo en una nube. 

Aquellas viejas gotas de mi colección terminaron por evaporarse. Hoy vivo gota a gota, no las he vuelto a coleccionar. Las veo caer y salpicar, pero las dejo que corran calle abajo o pegadas a los cristales como una segunda piel.

NO QUITAR

NO QUITAR

A esta hora en la que el gallo monta un pollo, en la que el sol está en la luna, la luna está en las nubes y las nubes están desubicadas, en la que las sábanas huelen a tierra mojada y a pecado, los corazones no saben que aman y los amantes se abrazan a la almohada por última vez. A esta hora en la que empieza todo y todo es apenas nada… Que nadie nos quite la cara de sueño, los ojos de gato, el gusto a mentol, las ganas de darle la vuelta a la tostada, el deseo de hacer las cosas bien (aunque sólo sea por llevar la contraria), el tacto en los dedos, el rumor de persianas bostezando, el aire de la radio encendida en la mesita de día, la sonrisa tonta de la despedida, la caricia de la ropa limpia después de ducharse, el largo paseo a la orilla del bar o el color de la piel de los escaparates.

Que nadie nos quite nada que no sea: la ropa, el dolor de cabeza, la pena, la mala leche, el susto del cuerpo o el cuerpo de jota. Que nadie nos quite la melancolía, ni el sueño profundo después del insomnio, ni medio segundo intentando demostrar lo evidente o queriendo volver.

Que nos quiten, si acaso: la tos, el hambre, la desidia, las ganas de tocar las narices, el pie del acelerador (si está lloviendo o hay un radar), la soledad del miedo, los tontos por cuento, los números rojos, la letra pequeña y tantas manías que hacen que la vida parezca un entierro.

Que nos lo quiten todo, menos las ganas de empezar de nuevo y ni «lo bailao» ni lo siguiente. A esta o a cualquier hora.

AMANECE

AMANECE

Ojos que miran despacio. Labios que besan con prisa. rostros que se desperezan con tatuajes de almohada. Cuerpos que van y vienen buscando la alargada sombra de un día que se muere de ganas de empezar, sin pedir nada a cambio.

Tiempo que se bebe el aire bien cargado. Rostros en busca de espejos. Gente de paso que envejece con prisa en el guiño infinito de un semáforo en ámbar. Olores que acarician la piel bajo la ropa. Sabores que huelen a deseos recién exprimidos.

Risas que lloran de risa. Gritos que no dicen nada. Luces que se alegran de ver salir el sol, por calles escondidas dentro de los portales. Ruido en estampida. eco de cristales, muecas de silencio. Despertares.

Flota un rumor de corazones que se alejan. Suenan canciones que se repiten mientras viajan por el aire o sueñan recostadas en el asiento de atrás de un coche en marcha. Atasco de reuniones en la agenda. Señales en el cielo que recuerdan que la vida es un beso cuando menos lo esperas, que la vida es un cielo por estrenar si alzamos la mirada o, cuando la dejan.

EL VENTILADOR

EL VENTILADOR

Todo gira como un ventilador. La vida da vueltas colgada del techo de una habitación de hotel. Lo que hoy está en venta en los escaparates de las tiendas, mañana se pasará de moda colgado de las perchas de un armario a punto de reventar.

Todo se mueve. La quietud está pasada de fecha, es el lujo del que espera apoyado en una barandilla o sentado en un banco del parque, del que puede permitirse la licencia de hacer parada y fonda, sin que el tiempo le pase factura.

El movimiento ya no necesita andar para demostrar nada. Anda sobrado de pasos y pasillos. Nos creemos más felices sin parar de hacer transbordos, sin parar de conspirar, sin parar.
Lo de sentarse a no hacer nada es ciencia ficción cuando antes era , sencillamente, pura ciencia, ciencia infusa.

Todo gira como la noria del río, de un río que no vuelve, por mucho que lo encierren en un mar de mentira. Hoy todo gira como la noria desenfrenada de un parque sin atracciones.
El mundo da vueltas a nuestro alrededor, en realidad, este planeta es nuestro satélite y la luna un agujero blanco.

Estamos condenados a la prisa, a que hoy sea mañana, a que mañana sea demasiado tarde.
El aperitivo nos sabe a café con hielo y, el café con hielo, a sudor de siesta a la sombra de cualquier olvido.
Mientras tanto, el ventilador remueve el aire, lo cambia de lugar, lo vuelve viento, porque ni el aire sabe estarse quieto. Demasiado viento para tan poca vela. Demasiada prisa para tan poca prosa.