A esta hora en la que el gallo monta un pollo, en la que el sol está en la luna, la luna está en las nubes y las nubes están desubicadas, en la que las sábanas huelen a tierra mojada y a pecado, los corazones no saben que aman y los amantes se abrazan a la almohada por última vez. A esta hora en la que empieza todo y todo es apenas nada… Que nadie nos quite la cara de sueño, los ojos de gato, el gusto a mentol, las ganas de darle la vuelta a la tostada, el deseo de hacer las cosas bien (aunque sólo sea por llevar la contraria), el tacto en los dedos, el rumor de persianas bostezando, el aire de la radio encendida en la mesita de día, la sonrisa tonta de la despedida, la caricia de la ropa limpia después de ducharse, el largo paseo a la orilla del bar o el color de la piel de los escaparates.

Que nadie nos quite nada que no sea: la ropa, el dolor de cabeza, la pena, la mala leche, el susto del cuerpo o el cuerpo de jota. Que nadie nos quite la melancolía, ni el sueño profundo después del insomnio, ni medio segundo intentando demostrar lo evidente o queriendo volver.

Que nos quiten, si acaso: la tos, el hambre, la desidia, las ganas de tocar las narices, el pie del acelerador (si está lloviendo o hay un radar), la soledad del miedo, los tontos por cuento, los números rojos, la letra pequeña y tantas manías que hacen que la vida parezca un entierro.

Que nos lo quiten todo, menos las ganas de empezar de nuevo y ni «lo bailao» ni lo siguiente. A esta o a cualquier hora.

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