No es como vas es como te miran. No importa que la ropa que gastas no esté del todo desgastada, ni que el joven vista de viejo y el viejo de vida. Que el amor no tenga derecho a colarse por nuestra ventana en cualquier momento mezclando ganas con camas y canas y viceversa. Que las arrugas del alma estén planchadas con la raya en medio.
No es como te ves es como te hacen la autopsia con los ojos cerrados los que ni el espejo del baño se atreve a mirar a la cara.
La mirada del mediocre, del simple con mesa camilla, no alcanza a entender nada. No es que no quiera es que no puede. Es incapaz de entender y aceptar la diversidad, lo diferente, el mestizaje, el intercambio de madejas. Ni siquiera es capaz de guardar silencio aunque solo sea por prudencia y en defensa propia.
Prueba a ponerte un sombrero o unos zapatos chillones y se pasarán el día recordándote lo que llevas puesto (como si fueran puestos de pacharán). Como si lo importante no fuera como te sientes.
Invéntate una vida para intentar ser feliz que siempre habrá quien le ponga pegas mientras se consuela haciendo alarde desde el ridículo interior que siente por la suya.
No estaría de más que dejáramos que cada uno fuera lo que quiere hacer. Que aceptáramos que cada uno hiciera lo que quiera ser.
La mirada del mediocre necesita tener siempre algo que criticar, que contar, que destruir. Se aburre y solo le divierte creerse superior vomitando sandeces, lugares comunes y caspa, desde la atalaya de su insignificancia.
Esa mirada entrometida y deshabitada solo merece una buena dosis de indiferencia. Le quedan grandes las gafas de cerca y diminutas las de lejos. Sus preciadas gafas con cristales de madera de ataúd reciclado.