Los días de fiesta amanecen sin darse importancia.
El despertador duerme hasta tarde.
La radio da noticias que parecen no interesar a nadie.
La luz entra por la ventana sin ánimo de molestar.
La cafetera se toma su tiempo para hacer el café que a diario no puede.
En la calle no hay ruido de motores, de pasos ni de prisas.
Las paredes absorben canciones para todos los gustos.
El periódico es una sábana estampada que te arropa. Huele a zumo de nubes y a flores que bostezan.
La cama es una barca varada en la arena de una playa cualquiera, tierra adentro.
El tiempo se detiene o pasa más despacio o ni siquiera existe más que en las manecillas del reloj de pulsera que se despereza en la mesilla,
El teléfono es una caja de música cerrada a cal y canto.
El trabajo un recuerdo de una vida pasada.
La realidad un parpado entreabierto que no quiere mirar.
Los días de fiesta amanecen al borde de la cama sin previo aviso, como cuando un amante llama a la puerta de forma inesperada. Se abrazan a la vida, se desnudan del todo y se quedan sin prisa a pasar la mañana anudando colores y sonidos, sabores y caricias, olores y sonrisas.
Los días de fiesta no nos hacen la cama.