Déjate seducir por las miradas.
Por el cálido invierno que provoca
ganas de acariciar bajo la ropa
y beberse el olor de las tostadas.
Siente el aliento frío de la vida
con aroma a carbón y chimenea,
a leña crepitando, agradecida,
donde la nieve es luz de luna llena.
Días de sol y niebla agazapada,
de noches y de atascos de peatones
que sueñan siete veces por semana
que se hacen realidad sus ilusiones.
Déjate conquistar por el paisaje
de aceras a la sal y ramas secas.
Por la vuelta de hoja del viaje.
Por el relleno de las horas huecas.
Déjate entusiasmar por casi todo,
incluyendo el placer de no hacer nada.
Por empinar el ánimo y el codo
para recuperar duendes y hadas.
Prepárate a nadar con las mareas
con que la Navidad nos redecora,
aunque escarchen sus frutas y maneras,
aunque acabemos por que pedir la hora.
Deja de mal pensar en la rutina
que extravió la «t» por el camino
y pongamos a hervir en la cocina
el «caldo con pelota» del destino.
Que la suerte termine descorchada.
Que el Gordo pastoree las vacas flacas.
Que tengamos millones de coartadas
para encender sonrisas y no tracas.