Hay que volver a las pequeñas cosas.
Al calor del abrazo desatado.
Al rojo laberinto de las rosas.
Al beso clandestino agazapado.
Hay que volver al tiempo que no dimos.
Al olor con sabor a hierbabuena.
A aquella noche en la que nos perdimos
y el día amaneció con luna llena.
Al lugar donde aprenden las mareas
que el mar no se desangra en cada ola.
Al azul que, en la llama de las velas,
baila un vals con el paso de las horas.
Es bueno regresar a las entrañas
del viejo corazón que nos enseña
que, del fuego que funde las patrañas,
importa más el aire que la leña.
Hay que volver al guiño de reojo
de un baile inesperado y clandestino.
Al rosa, anaranjado, casi rojo,
del cielo de un pecado concedido.
A la gota de lluvia que se escurre
y recorre caminos de cristal.
Al punto donde al cielo se le ocurre
jugar a confundirnos con el mar.
Hay que volver a recorrer la acera
por la que se desnudan las miradas.
Hay que recuperar la calavera,
las tibias, el navío y las andadas.
Hay que volver al rastro del camino.
A la ropa interior de las afueras.
A mandar a galeras al destino.
A quitarnos las gafas de madera .
Hay que volver a hacer cosas normales
como echarle un buen polvo a la tristeza.
Hay que volver a hacer habituales
la paciencia, el placer y la belleza.
Me emocionas como nadie.
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Precioso, Javier! Qué elegante y elocuente manera de recordarnos lo sencillo. Qué bellas metáforas haces de lo cotidiano.
Y el mar, el cielo y sus colores….
Me encantan los dos últimos versos.
Felicitaciones!
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