Supongamos que un día te levantas, haces las tareas propias de tu seso (o sea, poca cosa) y en un arrebato de mal genio te cabreas contigo mismo. El motivo es lo de menos. No importa que te hayas afeitado con el cepillo de dientes, maquillado con los polvos de talco o abrasado con el agua fría, que en la radio guarden silencio, que haga un frío puerros (en crema templada con picatostes al aroma de menta poleo) o que se te haya caído al suelo la tostada por el lado por el que sueles untar la mantequilla, de canto.

En los tiempos que corren, que se arrastran, cualquier hoyo es trinchera para montar un pollo o ponerse a dar gritos como un poseso. Pues eso. Supongamos que en ese estado de cabreo supino, sin motivo aparente y harto de tu propio tú, decidieras largarte de casa dando un portazo, sin avisar, sin ti. Así, por las malas.

Quizá, de entrada, le restarías importancia a tamaña gilipollez pero, de salida, te darías cuenta de que, aunque en teoría uno no puede vivir «sinsigo mismo», ni ir por ahí desdoblado y disgustado por un quítame allá esas fajas, la cosa podría tener otras lecturas y ser un alma de doble filo. Así que, te pones lo primero que tienes a mano (una toalla de baño recién exprimida) y te lanzas a la calle a buscarte para ponerte de acuerdo en qué es mejor para ambos. Como sucede en estos casos, cuando piensas que estás a punto de darte alcance, te quedas con un palmo de narices viendo como, tu otro tú, das un salto y te aleja montado en el techo de un descapotable.

De pie sobre la acera, semidesnudo, objeto de las miradas de propios y extraños, decides volver sobre tus pasos y dejar de hacer el ridículo sin cobrar la entrada.

Entras en el portal por la gatera. Subes en el ascensor junto a la pareja de abuelos que vive en el Bajo D y lo que parece un perro, y piensas que, bien pensado, poder disfrutar de un rato sin saber de ti, no es tan mala idea.

Ya en tu piso, desnudo del todo, te dispones a pasar lo que queda del día, o vaya usted a saber, sin tener que preocuparte por el qué dirás.

*A veces, lo bueno de lo malo es lo malo de lo bueno y viceversa (y se non è vero, è ben trovato»).

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