La pregunta más difícil de responder es la que te hacen en ese instante impenetrable en el que el vacío te desborda y, la telaraña de la esquina del techo, te guiña un ojo desde su escondite, cómplice de tu mirada perdida y tu silencio sonoro.
–¿En qué piensas?–
Entonces es cuando, con las neuronas desarmadas, la pregunta atraviesa tu cabeza como una bala de fogueo, como una apisonadora en un cementerio de elefantes, llevándose por delante tu capacidad de reacción.
Así las cosas, tu boca balbucea una respuesta que puede llegar a ser peor que la pregunta.
–En nada–.
Mentira, pero, cómo confesar que en realidad te estabas comunicando por guiños con la araña del salón, o con el descorchón de la pared, o con la luz que juguetea con el cristal de la ventana y se va por las ramas del árbol plantado en tu acera.
Cómo responder a esa pregunta, diciendo que estabas pensando en algo que no le gustaría oír a tu curioso interlocutor o, que le ilusionaría tanto, como para preferir quedarte ensimismado en esa nada tan tuya.
En ese instante es cuando desearías ser una mosca, haber caído en su telaraña y terminar convertido en lo que ya pareces, un capullo, el capullo de una mosca cojonera.
Como explicar que nada es en mi mundo » todo »
Feliz tarde
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