Déjate engatusar por las miradas,
por este suave invierno que provoca
ganas de acariciar, con o sin ropa,
y beberse el olor de las tostadas.
Siente el aliento dulce de la vida
con aroma a turrón y a chimenea,
a sueños crepitando en la guarida
donde la nieve es luz de luna llena.
Días de sol y niebla desatada,
de contrastes y atascos de peatones
que sueñan, de la noche a la mañana,
con que les toquen lentas las canciones.
Déjate provocar por el paisaje
de aceras a la sal y ramas secas,
por la vuelta de hoja del viaje,
por el relleno de las horas huecas.
Aprovecha estos días para todo,
incluyendo el placer de no hacer nada,
para empinar el ánimo y el codo,
para resucitar duendes y hadas.
Dejemos de pensar en la rutina,
la que perdió la «t» por el camino,
y demos rienda suelta en la cocina
a una nueva receta del destino.
Que a la suerte le quiten los demonios.
Que el Gordo pastoree las vacas flacas.
Que no nos toquen tanto el patrimonio
para apagar sus fuegos y sus tracas.
Son días de alegría para unos,
de tristeza infinita para muchos.
Noches que van desde lo inoportuno
a quererse como la trucha al trucho.
El principio del fin en pepitoria.
El fin de los principios a medida.
Un nuevo giro de esta enorme noria
que nos brinda bajadas y subidas.
Déjate engatusar por la manera
con que la Navidad nos redecora,
aunque escarchen las guindas y las peras,
aunque tengamos que pedir la hora.