No todo el mundo es todo el mundo. No todo el mundo tiene un perfil en alguna, o en todas, las redes sociales. Aunque nos parezca extraño hay muchas personas que no quieren saber nada de ellas, incluso entre las que ya están enredadas. Hay mucha gente, no sé si un todo el mundo de gente paralelo, que prefieren vivir al margen de esa ley o directamente les resulta inviable. Sin embargo pensamos que todo el mundo hace lo mismo que nosotros o que nuestro círculo vicioso. No todo el mundo escucha podcast, busca hoteles y vuelos en Google, tiene un canal en YouTube, escucha música en Spotify, ve las series de las que todo el mundo habla en el ordenador, se descarga aplicaciones para saber donde está Cuenca, sube a Instagram fotos de sus rodillas, de sus paellas y de sus destinos de vacaciones. No todo el mundo hace lo mismo. Si caemos en esa trampa corremos el riesgo de terminar excluyendo a los que están al margen de estas y otras muchas cosas. Terminaremos por creer que no existen, que no están ahí, que no son de este mundo y, en consecuencia, de ninguno. Vivirán ajenos a la toma de algunas decisiones, a la democracia participativa, a tener nuestro privilegio de no entender nada. Quedarán flotando entre el máximo común divisor y el mínimo común múltiplo. Estamos creando una sociedad dividida entre los que se enteran de todo, o eso creemos, y los que no se enteran de nada, o eso creemos igualmente. Cuidado con el todo que nos puede coger por sus partes. No somos todo el mundo.

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