Al final, sin quererlo, no podremos
fiarnos de don nadie o doña nada,
ni distinguir antídoto y veneno,
ni separar el odio y la mirada.
En esta saciedad que padecemos
hay gente con el alma de manzana
podrida, por gusanos que sabemos
tienen la soga al cuello desatada.
Los hechos se revelan como fotos
guardadas, sin mirar, en la cartera.
No hemos vedado suficientes cotos.
La maldad es la luz de una escalera
por la que ruedan corazones rotos
mientras, en un rincón, la vida espera.