La rabia se contagia por el aire, si no, no se explica esta pandemia. La gente dobla esquinas como si fuera el viento y, a la vuelta, se lleva por delante lo primero que encuentra, al primero que pasa. Ya nadie cede el paso, ni se para a preguntar porqué lloran los sauces. Nadie te da las gracias ni por favor.

Hemos creado un monstruo con miles cabezas, loco por demostrar que los demás no importan, que lo demás es lo de menos. Tenemos el ombligo desgastado de tanto mirarnos. Nadie aguanta una avispa en los cojones.

La conciencia es un retuit aislado o un «me gusta» en las redes insociables. Se nos sale la fuerza por la boca del pez muerto. Tenemos más caracteres que carácter. Se nos ha ido la pinza, como a la sábana tendida en la azotea en tarde de tormenta. Y lo que es peor, se nos ha ido definitivamente la azotea. Y no es que estemos locos, salvo honrosas excepciones, estamos: A lo nuestro, a nuestras cuatro paredes, a nuestro minuto de gloria, a nuestro aire, a nuestro smartphone. Navegando al pairo en un charco de barro.

Nadie soporta no tener razón, o que se la quiten sin pagar peaje. Nadie está contento. Nadie entiende nada, pero lo sabe todo. Nadie se atreve a dar el primer paso porque intuye que, lo que se va a encontrar a la vuelta de la esquina, será un viento de rabia, la ira del aire y un rastro de babas.

¿Estar, o no estar? Esa es nuestra razón de ser, siempre que no seamos: el diablo al volante, el cometa en la cola, la pesadilla de los que sueñan despiertos. el espacio con humo de los desesperados. el vicio del círculo, la soledad de los que buscan compañía. la pena del alma, el género violencia, la última frontera.

Estamos en ese punto en el que podríamos terminar aplicando aquello de: «Para qué vamos a discutir si podemos arreglarlo a tortas» Aunque, tal y como se discute, no sé yo.

Conste que me consta, que decir nadie es hablar siempre demasiado. Aún queda gente  dispuesta a demostrar que, al contrario de lo que ocurre con las pizzas, el secreto no está sólo en la masa. Gente que prefiere no alzar la voz, para no tener que rebajarse a discutir con el idiota que todos llevamos dentro, con ese ser, con ese no saber estar, con ese don nadie.

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