Nadie nos enseña a sentir. Soñar es más fácil. Cualquiera puede pedir un deseo o tres o ninguno, aunque no encuentre la lámpara o tenga un genio del demonio.
Sentir es otra cosa y nadie nos explica cómo funciona ese mecanismo. No se estudia en el colegio y, en casa, no hay quien concilie ni los sentimientos. Ignoramos qué nos hará bien o qué nos hará mal.
No es fácil acertar a la hora de sentir cómo te sienten. Saber cómo te sientes tú mismo en realidad. Nos cuesta distinguir entre amar y querer, entre llorar y estar triste, entre engañar y engañarte, entre ser o no ser.
Sabemos lo que se siente cuando nos dan una patada en la boca del estomago, cuando nos pisan el dedo gordo de la mano, cuando nos dan con la puerta en los matices, cuando nos dejan hechos polvo si parecemos de trapo.
El corazón es una caja de emociones y nunca sabes cuál te va a infartar, ni cuándo, o si sobreviviremos a ese empacho de chocolate con almendras.
A sentir se aprende sintiendo, sintiéndolo mucho.
Se aprende a diario a base de tortas, de tortitas con nata o de dulce de leche con la leche cortada.
Sentir es un misterio por revolver y por devolver.
Podemos presentir, intuir que la cosa va de ventoleras, pero sin saber a ciencia cierta por dónde sopla el tiempo. El tiempo suficiente para que nunca sea demasiado tarde.
Lo cierto es que nadie nos enseña a aprender a sentir ni a olvidar lo sentido si recuerda lo malo.
Y luego esta el miedo, que ni siente ni padece, pero te ciega la vista, te muerde la lengua, te amordaza las neuronas y te impide vivir a tu manera.
Genial dibujo Javier.
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