He encontrado el reloj
que da las horas muertas.
Un viejo carillón
que cuenta los minutos en voz alta,
desde el fondo del angosto salón
donde se encuentran
las miradas perdidas.
Sobre una mesa camilla
con la falda muy larga,
una diminuta musaraña enjaulada,
mira por la única ventana que tiene
la estancia y que ofrece unas
fantásticas vistas
a un espacio en blanco.
Una vieja musa despeinada,
tumbada en el suelo de madera,
hace un solitario con las cartas
marcadas y ningún interés.
Yo estoy de pie junto a una
mecedora que cabalga despacio,
hipnotizado por su movimiento.
Ausente y sin pensarlo me debato
entre quedarme quieto,
o asomarme a la calle y pintar el
paisaje.
Sin embargo, no siento nada
especial.
Nada ni nadie me desagrada,
ni siquiera tengo la sensación
de estar matando el tiempo.
El viejo reloj de péndulo
ya se encarga de dejarme claro,
cada dos por tres,
que allí se viene:
a desaprender,
a desoír,
a descreer,
a deshacer,
siempre a deshoras.
«Entre tu espalda y mi pared».
Editorial Renacimiento.
Me ha llamado la atención la riqueza de palabras. Y percibo aliteración a cada verso. Quizá el sonido del tiempo.
Siempre me han fascinado las figuras retóricas.
Maravilloso libro.
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