Apoyó la frente sobre el cristal de la ventana. Dentro de su cabeza llovía a cantaros. El viento despeinaba las copas de los árboles plantados en la acera. La gente iba a lo suyo. Está demostrado que, en realidad, ir a «lo suyo» es sinónimo y primo hermano de ir a lo tuyo, a lo nuestro o a lo de todos.
Somos poco originales a la hora de elegir qué hacer, dónde ir o con qué soñar. Todos tenemos los mismos problemas, próximos o que finalicen o, como dice también la voz del Metro, con su vital correspondencia con la línea que más o menos nos conviene.
Pensaba, mientras la frente se le quedaba fría y el calor de su piel empañaba el cristal, en lo que puede llegar a cambiar la vida de un día para otro. En la cantidad de veces que se había dicho a sí mismo, o compartido en voz alta en el ascensor sin mayor eco, que había que vivir. Que la vida eran dos días y uno lo pasábamos durmiendo, otro medio, discutiendo y el resto estrellándonos una vez al mes contra una hipoteca de ladrillo visto. Que no quedaba otra. Que el más allá seguro que sería más tranquilo pero que, donde estuviera un buen meneo de vez en cuando, que se quitase lo bueno por conocer, la certeza de la nada o volver al polvo (al bíblico, no al que obra milagros).
Siempre había preferido estar hecho polvo que serlo.
Había llegado sin saber muy bien cómo, a un punto sin retorno. Necesitaba cambiar algunas cosas, quién sabe si todas. Tomar una decisión que le arrancara de las garras de esa enredadera con pintas en la que se desangraba y desvivía. Era el momento de adoptar una postura. La de la frente apoyada en el cristal de la ventana no le pareció la más cómoda, es verdad que era la que tenía mejores vistas, pero resultaba insuficiente y harto incómoda como para liarse a cambiar nada. Así que, se alejó de la ventana, dirigió sus pasos hacia el sofá del salón, se tumbó con cuidado, a lo amargo y a lo Pancho, y ahí sigue.
Ya va para diez años en la misma postura, tumbado y abducido, en y por el sofá de su cuarto de ser.
Maravillosa reflexión, amigo poeta. A veces no se sabe o.se tiene miedo o las dos cosas juntas. Mirar por el desfiladero da mucho frio pero tenemos un gran sentido d la supervivencia. Se q sirve para quedarse.
Un abrazo.
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