Saca las llaves del bolsillo de su abrigo, del bolsillo izquierdo para ser más exactos (en el bolsillo de la derecha solo tiene un siete con un pozo sin fondo, al fondo a la derecha, siempre lleno).
Abre el cierre. Entra por la puerta (suele ser lo habitual).
Empuja una de las hojas de madera y cristal y da las luces de su estudio.
Hay tantos cuadros apilados en el suelo que algunos están que se suben por las paredes (colgados, aunque menos que él).
Enciende el ventilador.
Se pone un güisqui, sin hielo, sin nadie, sin ganas.
Se despoja de la ropa y los complejos.
Toma asiento en una silla medio cómoda y mira, de abajo arriba el lienzo en blanco que, asomado al caballete, le desafía.
Elige los pinceles, los colores…
Estrena una paleta desechable.
Enciende la radio. Apaga la mente.
Encierra en el baño la mala leche (desechable también) y se dispone a enredar, a desenredarse.
Está en el único lugar donde siente que pinta algo, donde sabe que cuadra.
Empapado en sudor y desnudo de cintura para arriba y para abajo se deja llevar por la corriente.
Pinta al desnudo vestido de mar.
Mi modelo a seguir.
https://www.instagram.com/taboadart