Es hora de cenar, de ver la tele.
De conectar la radio en la cocina.
Es hora de calmar el hidrocele
que te escuece sentado en la oficina.
Es hora de dormir a los pequeños.
De aligerar las cosas que nos pesan.
Es hora de tener de nuevo el sueño
de las mil y una noches que regresan.
Es hora de saber por qué te duele
que una imagen te ahorre mil palabras.
Es hora de bajarse de los trenes.
Es hora de subir a tu montaña.
Es hora de aparcar en el garaje
el coche del diablo sobre ruedas.
De hacer de nuestra casa el hospedaje
de la melancolía que nos llena.
Es hora de quitarte los zapatos.
De ponerte en pijama y zapatillas.
De volver a pegar los viejos platos
para darle la vuelta a la tortilla.
Es hora de tirarse de la moto.
De bajar el reloj con la basura.
De ser el descosido de ese roto
del brazo del sofá de la ternura.
Es hora de fijarse como meta
dormir toda la noche a pierna suelta.
De parar unas horas el planeta
aún sabiendo que sigue dando vueltas.
Es hora de matar el gusanillo.
De darle rienda suelta al no hacer nada.
De apretarse la tuerca del tornillo
de esta loca aventura cotidiana.