Me he sentado un rato, a ver pasar la vida, en uno de los contados bancos buenos que hay en mi calle y, hay que ver lo bien que nos sientan los pantalones de cuello vuelto, las faldas cinturón, las horas de gimnasio, los segundos de desahogo, el carro de la compra, los pasos de peatones, las mierdas de perro recién pisadas, la dieta mediterránea, los auriculares apoyados en la cadera, las tallas grandes, el móvil en la boca, las bicicletas adosadas, las motos desordenadas, las malas caras, los buenos culos, las papeleras llenas, las cabezas huecas y la ausencia de complejos.
La calle es una interminable pasarela de modas y de modos de vida, de ser, de estar, de huir, de venir. Es un sucedáneo del carné por pantis. La calle es una acera con aires de grandeza, una excitante excusa para sobrevivir con disimulo.
Nos sobran coches, cachas, pisos, motivos para tener razones y razones para tener motivos. Tenemos el mar a un paso y las montañas al peso, un clima envidiable y un pegajoso olor a lluvia seca. No nos falta comida en el supermercado, ni vino en las copas, ni un -se fue- al borde de la cama, ni un borde sin fama, ni excusas para levantarnos cada día a estirar los sueños.
Tenemos amigos de infarto y amagos de felicidad. Aires de grandeza, vientos de cambio. Tentaciones y poco tiempo para caer en ellas. Una verdad para cada mentira y una mentira para cada ocasión. A mí es que mirar alrededor desde los bancos me da mucho de sí. Y eso que solo me ataba los cordones de los zapatos e inflando los condones de la libertad.
Tenemos los pies en la luna y el ojo en el suelo, la risa floja y las rosas trabajando en nuestro ramo. Nos adornan amores que atan con hilo de seda, agua de charco para lavar las lágrimas, calor en verano y otoño en invierno, tenemos la fuerza de la primavera. Tenemos un poco de todo y nada del otro mundo.
Somos afortunados aunque a veces nos falle la memoria y la fortuna. Tenemos playas para la esperanza donde ondean banderas azules hechas jirones, una diversidad digna de Eulogio y una mala salud de hierro, hasta para eso nos sobra el consuelo de tantos. Pero, sobretodo, tenemos una oportunidad para la paz que no tenemos y, ya se sabe que sin paz, lo demás son sólo aceras para seguir yendo y viniendo vestidos de fiesta sin saber que celebramos, salvo el hecho de que tenemos de todo, incluso miedo.
Y luego están los que no tienen nada. Esos que me miran tumbados envueltos en cartón de soñar.