Odio los ascensores de subida
y sin frenos, las cuestas de bajada.
La mala educación de los que miran
buscándote los monos en la cara.
Odio que se termine la avenida
y no encuentre la calle que buscaba.
No llegar a la hora convenida.
No acabar a la hora señalada.
Odio la indiferencia impertinente
y la mala cabeza del dolor.
Odio tener que hablar inútilmente.
Odio los estampados de sudor,
al terrícola cruel e intransigente
y a los extraterrestres sin humor.
Y odio, sin rubor,
a la gente que odia por sistema.
En fin, que cada odio con su flema.