En la tienda que empeña lo vivido,
donde se vende a Dios sin confesar,
tienen también «lo malo conocido»
y encima, ayer, entraron a robar.

Dice la policía que, los cacos,
reventaron la puerta de salida
y, sin contemplación, armando un taco,
desvalijaron las estanterías.

Se llevaron la flauta de Bartolo,
las ratas del cuentista de Hamelin,
A Chubaka, felpudo de Han Solo,
y un ojo de Affelou, el del Chin-Chin.

La cara B de las contradicciones,
un reloj que marcaba las deshoras,
un rosario de buenas intenciones,
la tapa de la caja de Pandora,

el infierno de Dante congelado,
un billete de vuelta al quinto pino,
el pito del sereno rechupado
y un perfume de esencia de comino.

Por lo visto han dejado un valioso
conjunto de problemas indigestos.
La piel sin estrenar de un pobre oso
que alguien piensa cazar, un día de éstos.

Al parecer el método empleado
ha resultado cutre y chapucero,
y al jefe de la banda han encontrado
acorralado por un ¡qué! y un pero.

El prestamista tardará unos días
en dejar de tener fruncido el ceño
y, ha declarado, con alevosía,
que no piensa morir en el empeño.

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