Qué lata la realidad
siempre trastocando planes.
Tanta subjetividad
hace sin huevo los flanes.
Cuando lo evidente chafa
el cuerpo de la noticia,
ni graduando la gafa
te corrigen la presbicia.
Cuando la mentira enseña
lo que la verdad esconde,
ya nunca sabes si sueñas,
ni qué, ni cómo, ni dónde.
El optimismo convulso
aburre hasta a la utopía.
El onanismo sin pulso
carece de garantía.
Si cada día te dan
razones para engañarte,
lo mejor es apoyar
la cabeza en otra parte.
Si lo que no puede ser
además es increíble
dejémos por imposible
lo que nos hacen creer.
Para evitar el temor
a caer en ese abismo,
se recomienda realismo
y un poco de por favor.
Acabaremos idiotas
sin intentar distinguir
un culo de una pelota,
una cobra de un Fakir.
Lo peor no es no entender
lo de «tonto el que lo lea»,
lo desconcertante es ver
que la gente se lo crea.